4 sept 2009

ERASE UNA VEZ...

Érase una vez un colegio. En este colegio había muchas clases. Las clases estaban distribuidas por orden de difulcutad dependiendo del nivel de los alumnos, empezando por las de nivel más básico, para acabar en la de máximo nivel, la clase superior. Es precisamente en esta clase, donde está centrada nuestra historia. Aquí, como en cualquier ámbito de la vida, existían varios estatus sociales; niños ricos, niños de clase media y niños pobres. Normalmente los alumnos más destacados solían ser los procedentes de las familas mas adineradas y de mejor posición social. Como es lógico, estos alumnos disponían de los mejores materiales y recursos para poder destacar entre los demás. Pero además, recibían un "empunjoncito" extra por parte del profesorado (alguna falta grave que no se tenía en cuenta, falta de ortografía que se pasaba por alto, o algún punto extra en los exámenes para llegar al notable o al sobresaliene). Alguna que otra vez algún alumno de clase media se colaba entre los destacados, pero solía ser algo efímero que no duraba mucho. También había algunos que aprovechaban el ser vecino de algún poderoso para obtener beneficios.
Hace algún tiempo, llegaron a esta clase superior dos alumnos nuevos, que procedían del mismo barrio. Uno provenía de familia tradicionalmente media-alta venida a menos y el otro todo lo contrario; una familia media-baja que vivía su época dorada. Este niño, llamémoslo "nuevo rico", solía burlarse de su vecino con cosas como "mira que materiales tan chulos llevo. Los mejores y mas caro que había y tú con los tuyos de los 20 duros". La junta que evaluaba los progresos de los alumnos solían reír sus gracias y burlas. Además, lo veneraban como un líder, él pondría las cosas en su sitio. Los dos chicos, a pesar de las diferencias, progresaban mas o menos parejos. Un año el nuevo rico consiguió unas notas excelentes. La saña con la que se empleó el nuevo rico hacia el chico humilde fueron terribles, como no apollado por la junta evaluadora que creían que esta situación no cambiaría nunca. Pero aquello cambió, y de que manera. El chico humilde, a base de trabajo y tesón consiguió no sólo unas notas excelentes, sino matrícula de honor en varios cursos consecutivos. Esto lo colocó entre los más destacados de la clase superior, con medios infinitamente inferiores. Además también se situó entre los mejores de los demás colegios, llegando incluso a ser el mejor de todos por bastante tiempo, lo que ningún alumno (de ninguna clase) había logrado nunca.
Pero todo esto no parecía suficiente. Desde su propia familia, aún conociendo las limitaciones de su chico y los materiales a su disposición -a todas luces inferiores a los de sus compañeros más destacados-, la exigencia era máxima. No se permitía el mínimo error. Mientras el nuevo rico fracasaba curso tras curso (llegando incluso a salir de la clase superior), desde la junta evaluadora, todo eran ánimos y arrimar el hombro. Sin embargo, para el chico humilde y trabajador, cualquier traspiés era una hecatombe, con una repercusión inaudita.
Actualmente los dos chicos siguen estudiando, pero en clases distintas. Y parece que todo sigue igual. Si algún día, el chico humilde y trabajador deja de estar entre los destacados (Dios no lo quiera), veremos a ver que pasa.

Alberto Carvajal

4 comentarios:

  1. Alberto, escribe un libro de cuentos infantiles mejor, jajajajaja

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  2. Alberto....buena metafora, diría mas...espectacular metafora. Espero todos sepan apreciar tu articulo (me ha invitado hoy a tres cervecitas...jajaja), saludos a Julio.

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  3. No cuentes nada...el que quiera saber....hubiera o hubiese venido

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  4. Muy bueno Canijo me ha gustado, pero no me seas tan poeta que me asustas.......

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